lunes, 15 de julio de 2013

Venció discapacidad física para insertarse en la sociedad; que buen ejemplo para muchos vagos.

Enviada  A La Redaccion 
SANTIAGO.-   La discapacidad para caminar  con normalidad prácticamente desde su nacimiento, producto de la enfermedad conocida como poliomielitis, lejos de provocar resignación en Franklin Rafael Inoa, desde joven consideró que esa deficiencia física nunca debía ser óbice para que se truncaran sus deseos de ser un ente útil a la sociedad. Hoy, 54 años después de ser traído al mundo por la señora María Altagracia Inoa y con una experiencia acumulada como diseñador de interiores, él se convierte en un ejemplo de que: “cuando se quiere, se puede”.
Nueve meses después de haber nacido, Franklin fue atacado por la poliomielitis y, aunque pudo haber superado esa discapacidad, irremediablemente quedó sin poder utilizar sus extremidades inferiores porque entonces su familia no disponía de 300 pesos.
Justamente esa era la cantidad de dinero que se necesitaba para adquirir un aparato de hierro que entonces vendían los que, al colocárselos en los pies, en cuestión de meses los llevarían a su forma natural.
Pero resulta que su madre María, quien entonces trabajaba  en una casa de familia, no disponía ni remotamente de esa suma de dinero (de hecho bastante a finales de los años 50) y por orgullo tampoco quiso hacer una colecta entre parientes y amigos.
En los primeros años de existencia Franklin estaba resignado a vivir sin aspirar a la superación personal y profesional, hasta el extremo que en sus primeros 20 años nunca asistió a una escuela siquiera para aprender a leer y escribir.
Se pasaba la vida sobre una silla de ruedas, la que lastimosamente hacía rodar, necesitando  ayuda para subir o bajar de ella.
Ante esa forma azarosa de vivir, un día Franklin llegó a la conclusión de que si quería dejar de ser visto como un discapacitado que provocaba lástima más que admiración, debía prepararse académicamente y esforzarse más allá de lo posible.
Entonces vio que estudiar era bueno y lo hizo con ahínco y determinación, hasta que logró recibirse como bachiller y de inmediato se inscribió en la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA)  en 1985, interesado en graduarse de arquitecto y a la que asistía a bordo de una motocicleta de tres ruedas, con un sistema de cambios adaptado para manipularlos a través un rudimentario método que concibió junto a unos amigos.
Sin embargo, lo costoso y prolongada de la carrera lo obligaron a abandonar la idea, por lo que decidió matricularse en la de diseñador de interiores, en la que se graduó tres años después.
Su vida comenzó a cambiar cuando en 1997 se convirtió en el primer discapacitado en ser aceptado como empleado de la Corporación del Acueducto y Alcantarillado de Santiago (CORAASAN) como dibujante en el Departamento de Arquitectura, labor que desempeña  concomitante con la responsabilidad de ubicar y suministrar los planos requeridos para ofrecer el servicio de agua a los clientes de la empresa.
Las posteriores administraciones que han desfilado por esa empresa  han continuado con la política de emplear discapacitados y hoy, además de Franklin, labora una ingeniera con problemas sicomotores como  él, así como un sordo y un ciego.
Hoy, 13 años después, Franklin evoca sus años de infancia, niñez, adolescencia y como estudiante universitario. Y lo hace satisfechos de los logros personales y profesionales alcanzados, superando   aquella cruda realidad que lo ha confinado a ser discapacitado físico.
De una férrea convicción religiosa, es partidario del adagio de “Dios escribe recto en líneas torcidas”, porque un comentario que hizo una mujer en su presencia y que en su momento le resultó desagradable, fue el acicate para necesitó para decidir ser alguien más que un discapacitado.
Recuerda siendo un muchacho la escuchó decir que si hubiera sido hijo de ella y al nacer con ese problema físico, hubiese preferido disponer de su vida antes que verlo crecer así.
“Me sentí mal por lo que esa mujer dijo y eso contribuyó a mi determinación de comenzar a prepararme mentalmente para luego ingresar a la escuela, aunque después supe que ella era una meretriz y que lo dijo más por ignorancia que por convicción”, precisa.
Casado con Antonia Mercado y padre de dos niñas, Franklin dice que la percepción de la gente sobre él ha cambiado considerablemente y que ahora lo ven como un ente que se ha preparado y capacitado para servir a la sociedad, lo que le llena de orgullo y satisfacción.
Hace  dos años adquirió una yipeta, en la que se desplaza con naturalidad y sin contratiempo y todo porque le adaptó un sistema dual para acelerar y frenar, lo que puede hacer con su mano izquierda, mientras  con la derecha sostiene el guía.
Con un trabajo y una familia  estables, ahora Franklin se siente en capacidad de aconsejar a los discapacitados que no se amilanen por sus deficiencias físicas y que solo baste con querer ser alguien trascendente en la sociedad para comenzar a labrar ese objetivo.
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